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Categoría: Artículos
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Todos los que participan en los análisis de la «crisis» y elaboran previsiones sobre su evolución comparten un mismo síndrome: el del fin de la historia. Todo su debate se mueve dentro de los límites del sistema vigente, sin dar posibilidad a buscar la solución fuera de los mismos. Los de derechas proponen un capitalismo aún más salvaje. Y los de izquierdas se conforman con ocultar esa barbarie capitalista bajo la apariencia de un rostro humano conmovido por el sufrimiento de los desamparados.

 

Esta nueva etapa de la barbarie capitalista remonta sus orígenes a los años 80, con la irrupción del neoliberalismo de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Se trazó el camino que debería seguir el capitalismo cuando el modelo soviético desapareciera tras su derrota en la Guerra Fría. Previeron que cuando esto se produjera, cuando llegara el «fin de la Historia», el capitalismo «de rostro humano» que la socialdemocracia desarrolló para la reconstrucción de Europa no sobreviviría. Ya no sería necesario su populismo para amarrar a las clases trabajadoras tentadas por el mito comunista del otro lado del telón de acero. 

 

Aunque si bien los gastos sociales que caracterizan al Estado del bienestar sistemas públicos de sanidad y educación, seguridad social, etc. sirvieron para mantener un consenso en torno al modelo capitalista imperante, su intervención en los procesos económicos de esa misma sociedad creó óptimas condiciones para la acumulación privada del capital. Este «consenso social» entre las oligarquías y los trabajadores se consiguió a cambio de desarrollar un creciente déficit público. Desde los años 70, los países del Occidente capitalista no registran equilibrios presupuestarios: Francia, por ejemplo, desde 1974.



 

La reconstrucción de las devastadas economías europeas necesitó de las políticas intervencionistas del Estado del bienestar. El desarrollo del sector público era indispensable para el crecimiento del sector privado y no al revés , particularmente de los sectores oligopolistas. La socialización de los costes del capital se convertía en una exigencia para una acumulación de capital sostenida. 

 

Pero tras una primera fase en la que los gastos sociales del Estado permitieron aumentar la producción y los beneficios del sector privado, ampliando inicialmente la base impositiva que financia los gastos del Estado del bienestar; la maximización del beneficio privado que es la característica distintiva del capitalismo ha entrado finalmente en contradicción con el gasto social del Estado del bienestar. 

 

Desde las posiciones neoliberales se afirma la insostenibilidad del Estado del bienestar debido a sus crecientes gastos sociales, entendidos por los ciudadanos como derechos adquiridos: educación, sanidad, seguridad social, pensiones, etc. Según su argumento, a estas partidas de gasto se debería el aumento insostenible de los costes de funcionamiento del propio Estado. En esta posición se encuentran todos los políticos y voceros que aducen la cantinela de que los recortes sociales son inevitables por «haber vivido por encima de nuestras posibilidades» al desarrollar un remedo de Estado del bienestar. 

 

Lo que callan esos voceros de la oligarquía juancarlista es la socialización continua y creciente de esos costes del capital,  necesaria para la maximización de los beneficios privados. Este incremento en las necesidades recaudatorias del Estado del bienestar se han visto satisfechas mediante el aumento de la presión fiscal sobre las «clases medias» y el recurso al endeudamiento del Estado.



 

Es necesario recordar la procedencia de los ingresos tributarios del Estado: del total, el 56% son impuestos directos y el 33% impuestos indirectos. Los primeros se dividen básicamente entre los impuestos de sociedades que suponen el 49% y los impuestos de los ciudadanos (el IRPF) el 48% y las cotizaciones sociales. Los segundos son los que pagan los consumidores: el IVA representa el 71% y los impuestos especiales el 22%. Correspondiendo este reparto al periodo anterior a la crisis, es fácil deducir sobre quién recae el mantenimiento del Estado del bienestar ahora, cuando la recaudación por el impuesto de sociedades (beneficios empresariales) cayó de 44.000 millones en 2007 a 16.000 millones en 2011. 

 

La insostenibilidad del Estado del bienestar socialdemócrata es un tema recurrente desde la aparición de la teoría de la crisis fiscal del Estado en la década de los años 70, en tanto que existe una constatación objetiva de que la capacidad de gasto que puede soportar no es infinita. El Estado del bienestar se caracteriza, en definitiva, por un déficit estructural de la Hacienda. Este endeudamiento estructural del Occidente capitalista, que ha vivido otras crisis, ha superado ya cuarenta años. La crisis del 2008 lo ha devuelto al primer plano convirtiéndose en el argumento principal de los portavoces del juancarlismo: mientras que la derecha afirma que ha llegado a su límite, la izquierda afirma que es posible seguir estirándolo. O sea, que mientras la derecha aboga abiertamente por eliminar el gasto social del Estado, la izquierda pretende seguir socializando entre la ciudadanía los costes necesarios para el crecimiento del capital privado, especialmente del de la oligarquía hegemónica, bajo el narcótico de un capitalismo «de rostro humano». Unos y otros, derechas e izquierdas,  pretenden seguir cebando, en cualquier caso, la maximización del beneficio de las oligarquías capitalistas con cargo a los ciudadanos.

 

Eduardo Núñez.