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El Siglo XX ha sido sin duda el de más días de paz de la historia de España. En los siglos anteriores, como pionera entre las naciones, forjadora de un imperio, defensora y difusora de la Fe y madre de nuevas naciones, ha tenido que enfrentarse con las armas a muchos y poderosos adversarios a lo largo de su prolongada trayectoria. Por ello no es de extrañar que la historia de nuestra Patria esté íntimamente unida a la de sus Ejércitos, y sus éxitos y fracasos estén unidos a los de sus soldados.

 Hoy día, con facilidad preocupante y falsamente confiados en un prolongado periodo de ausencia de conflictos bélicos graves, muchos españoles se desentienden de la necesidad de mantener el espíritu colectivo de supervivencia, seguridad y esfuerzo común que representa el Ejército nacional, considerándolo como algo superfluo e innecesario.

 

Esta laxitud y debilidad en la conciencia comunitaria está siendo aprovechada por los sempiternos enemigos de España, tan numerosos como siempre, pero ahora mucho más hábiles y sutiles en sus planteamientos. La contundente victoria militar alcanzada en nuestra guerra de liberación nacional (1936-1939), al mismo tiempo que la organización de un auténtico Ejército Nacional profundamente arraigado en la sociedad española, obligó a los entonces derrotados a un cambio radical de estrategia. Ante sus sucesivos fracasos, abandonaron el enfrentamiento directo para adoptar una falsa postura de superación del pasado y entendimiento futuro, cuando lo único que buscaban era debilitar voluntades individuales e institucionales, para acabar extirpando los valores más profundos de la nación española.

 

Los planteamientos iniciados hace más de cincuenta años se encuentran en la fase de explotación del éxito, después de que cada posición nacional, en una mezcla de buenismo, estupidez, colaboración y traición, se haya ido entregando sucesivamente sin apenas resistencia. Lo más triste es ver cómo algunos de los que mayor obligación tenían de de encabezar la auténtica defensa nacional, no sólo rehuyeron de sus obligaciones, sino que incluso alardean de su pasiva “contribución” al descalabro,  tratando de encubrir el desprecio de unos y otros.

 

Resulta igualmente llamativo que otros empiecen ahora a rasgarse las vestiduras, cuando, a estas alturas, las posibilidades de reacción y enmienda son bastante reducidas, pues la dejadez permisiva ha hecho un daño irreparable. Y no será porque en su momento no hubo toques de atención claros y significativos, como las reiteradas declaraciones individuales o el denominado manifiesto de los cien. Pero más vale tarde que nunca.

 

Hace casi cuatro meses surgió la primera respuesta popular contra el antimilitarismo antinacional, gracias a la apasionada y vehemente convocatoria de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona. No hace falta resaltar que dicha convocatoria tenía a todas las autoridades políticas y medios de comunicación en contra, y contó con una clamorosa lejanía de las autoridades militares y de buena parte de los generales y jefes que habían detentado los mandos de la Brigada Legionaria, de los Tercios y de las Banderas en su periodo de actividad. A pesar de todo, gracias a la base, a los auténticos legionarios que había hecho suyo el espíritu inculcado por Millán Astray, la manifestación, en la mismísima Barcelona, constituyó un enorme éxito. Se sumaron además los veteranos guerrilleros, los antiguos paracaidistas, los que sirvieron en las tropas de montaña, o los que sencillamente hicieron con orgullo su inolvidable servicio militar.

 

Aquel día, sin un solo incidente y con entusiasmo desbordante, salió a la calle, sin complejos, la genuina reserva militar de España, en el momento y en el lugar menos fáciles, jugándose mucho para obtener ¡nada menos! que la satisfacción del deber cumplido. La semilla no ha caído en el vacío, y se anuncia para el próximo 24 de septiembre una concentración en Madrid de las distintas Hermandades legionarias, para defender -ya era hora-  la figura de su fundador Millán Astray.

 

Su nombre es suficientemente representativo por su ejemplo personal, su trayectoria militar, y su gran creación: el Tercio de Extranjeros, la Legión, que tantos héroes y tanta gloria ha dado y sigue dando a España.

 

El grito actual de ¡a mí la Legión!, dirigido a todos los españoles, dejará claro en la respuesta obtenida, quienes se sitúan por España y quienes están definitivamente contra ella, aunque sea por la fórmula más cobarde de todas: la abstención.

 

 

Blas Piñar Gutiérrez. General de Brigada de Infantería (R)

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