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Cientos de musulmanes celebran el final del Ramadán en Melilla / EFE

 

La destrucción de las identidades nacionales no podrá culminarse si no se consigue la destrucción de la propia cultura. Y para lograrlo se ha promovido la masiva emigración de desplazados –conocidos como refugiados cuando, ni mucho menos, todo ellos lo son-, pese a los daños colaterales que esta pueda causar.

 

 

Cuando acaeció, a pocas personas les cupo duda de que el derrumbe del muro berlinés fue una bendición. El discurso oficial quiere que, para una mayoría amplia de las poblaciones que padecieron el comunismo durante largas décadas, siga siéndolo. No lo discutiré: liberarse de la brutal opresión que los blindados soviéticos impusieron en Europa oriental en 1944-45 (con el beneplácito de los plutócratas occidentales) no puede ser valorado de otro modo.

 

Pero lo que acaso fuera una bendición para millones de europeos del Este, ha resultado una verdadera catástrofe para el resto del continente. Para esta Europa occidental, la ausencia del enemigo ideológico ha propiciado la desaparición de un cierto imperativo moral que aún no hace mucho le exigía -siquiera a título teórico- frente al adversario.

 

Consumado el desmantelamiento del bloque soviético, resurgió la vieja utopía hegeliana, versionada por Fukuyama. A comienzos de los noventa parecía vislumbrarse el día en que la racionalidad y la realidad se abrazaran, anunciando el fin de la historia de la mano de un triunfo universal de las democracias liberales que haría imposible las revoluciones y las guerras. La victoria del comercio y el cosmopolitismo sobre los atávicos instintos humanos.

 

El sueño duró más o menos lo que tardó el islam en recordarnos -un día de finales de verano en el World Trade Center- que la historia no va a terminar cuando lo decida un consejo de administración. El surgimiento de la bestia islamista condujo a la conocida reformulación de Samuel Huntington con su tesis del inevitable choque de civilizaciones.

 

Conflictos civilizatorios, no ideológicos

 

Según esa idea, las civilizaciones son los agentes históricos decisivos de nuestro tiempo y lo habrán de ser aún más durante nuestro siglo, por encima de los estados o las ideologías. De modo que los conflictos del siglo XXI serán civilizatorios, no ideológicos, como lo fueron en el siglo XX.

 

La civilización occidental es una de las nueve civilizaciones existentes en el mundo, aunque sin duda la más poderosa. Sus señas de identidad en el complejo rompecabezas planetario serían el libre mercado y la democracia liberal, y está destinada a contender con aquellas que se le oponen.

 

Quieren derribar los estados-nación en Europa porque son el principal escollo para la “gobernación global”; por ello es esencial destruir previamente toda identidad nacional

 

De modo que a lo que hoy asistimos hoy es a un proyecto de imposición de lo que ha dado en llamarse el Nuevo Orden Mundial (NOM), basado en ese libre mercado y en esa democracia. La transformación de ese proyecto teórico en realidad político requiere, en primer lugar, que el modelo sea impuesto dentro de los límites de su propia ciudadela. Para dotar de la imprescindible cohesión a tal propósito, el medio es la homogeneización de ese espacio: homogenización política, económica, cultural e ideológica, todo ello facilitado extraordinariamente por los medios tecnológicos disponibles.

 

En Europa, nuestra parte del mundo, eso significa que el objetivo no es otro sino el de derribar los estados-nación, porque son el principal escollo para la conformación de la “gobernación global”; para lo que es esencial destruir previamente toda identidad nacional.

 

Masiva emigración de refugiados

 

La destrucción de los estados nación es ya asunto que está muy avanzado. Los estados europeos han cedido su soberanía a una entidad supranacional, la UE, ante la que cada vez se hallan en una situación de mayor subordinación. Sin embargo, están surgiendo algunas resistencias preocupantes.



Cientos de refugiados musulmanes de paso en Hungría camino al norte de Europa

Porque la destrucción de las identidades nacionales no podrá culminarse si no se consigue la destrucción de la propia cultura. Y es a fin de conseguir dicho objetivo por lo que se ha promovido la masiva emigración de desplazados –conocidos como refugiados cuando, ni mucho menos, todo ellos lo son-, pese a los daños colaterales que esta pueda causar.

Las fuerzas que defienden la identidad europea son las únicas que pueden desactivar el proyecto mundialista. El resto -de Syriza a Sarkozy- comparte el objetivo último del NOM

Para sus promotores, el verdadero problema a que esa entrada masiva de desplazados da lugar no es el conocido cortejo de violencias, crímenes y atentados mortales, sin duda lamentables todos ellos; el verdadero problema es que la presencia de estos desplazados puede activar en el seno de las sociedades de acogida una alarma que empuje a los europeos –cada vez está sucediendo en mayor medida-, hacia eso que llaman con hipócrita alarma “extrema derecha”, denominación bajo la que se puede englobar casi de todo.

Pero es el caso que las fuerzas que defienden la identidad europea son las únicas que pueden desactivar el proyecto mundialista. Todo el resto de fuerzas políticas –como han demostrado largamente de Syriza a Sarkozy- comparte el objetivo último del Nuevo Orden Mundial, casi sin matices.

Un capitalismo transnacional

Sin duda, el exceso de población foránea propicia una toma de conciencia por parte de los europeos; por tanto, la naturaleza islamista del terrorismo debe ser escamoteada en la medida de lo posible. De ahí que asistamos con vergonzosa frecuencia al penoso camuflaje de los medios subalternos -casi todos- que consiste en denominar perturbados mentales a los asesinos y actos aislados a sus crímenes, rehusando admitir su adscripción musulmana, pese a las abrumadoras evidencias.

Lo que verdaderamente preocupa a las autoridades de la UE no es, pues, la entrada masiva de desplazados, precisamente promovida por ellos en su diseño de aniquilación de las identidades europeas. Lo que verdaderamente les preocupa es que ese fenómeno pueda dar lugar al surgimiento de un movimiento de defensa de la identidad, porque eso podría hacer fracasar lo que constituye su objetivo esencial.

El Nuevo Orden Mundial favorece un sincretismo religioso que tiende a igualar a todas las religiones, algo que parece haber permeado incluso a la Iglesia católica

En términos generales, como se ha dicho, el objetivo es la creación de un Nuevo Orden Mundial que barra las fronteras y, con ellas, las identidades. Un Nuevo Orden Mundial que, si en lo ideológico persigue esa destrucción de las culturas nacionales, en lo económico quiere imponer un capitalismo transnacional en el que los estados apenas tengan alguna capacidad de decisión, limitándose a cumplir el papel que les ha sido asignado; un NOM que también favorece todo lo que tiene que ver con un cierto espiritualismo aconfesional, un mal disimulado panteísmo ecologista y un peculiar neoateísmo cientificista; pero, sobre todo, un sincretismo religioso que tiende a igualar a todas las religiones, algo que parece haber permeado incluso a la Iglesia católica en los últimos tiempos.

La primavera árabe en LibiaManifestación en Libia durante la “Primavera Árabe” / Wikipedia

 

A la luz de lo que está sucediendo quizá se entiendan mejor algunas de las cosas aparentemente inexplicables que han venido sucediendo recientemente. Como en el caso de las primaveras árabes, explicadas en Europa como un intento de crearles problemas a los musulmanes en sus propias sociedades, de modo que hubieran de ocuparse de ellos durante mucho tiempo.

 

El coste de dichos procesos debía ser asumido como un precio que valía la pena, nos decían. La realidad es que se eliminaron los diques de contención del fundamentalismo islámico, que el norte de África y el Próximo Oriente se han convertido en un polvorín, y que los desplazados que arriban a Europa se cuentan por millones.

 

Un falso humanitarismo 

 

¿De veras creía la diplomacia norteamericana lo que prometía, de veras ignoró candorosamente la UE que iba a suceder lo que estamos viviendo en estos días? ¿O eso es lo que nos hicieron creer a quienes íbamos a ser los principales paganos de la catástrofe que se avecinaba y, más bien, produjeron aquel caos para provocar -entre otras cosas- una inmigración masiva hacia Europa?

 

Cuando tantos europeos nos preguntamos por qué nuestros gobiernos no hacen más –mucho más- contra la inmigración desordenada que está inundando Europa, no deberíamos admitir la habitual respuesta que se nos da desde el burladero de un falso humanitarismo y, mucho menos, desde el del desconocimiento o la ignorancia.