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Ahora andan todos echando cuentas de los millones de votos que ha cosechado Podemos en las elecciones generales, y que los sondeos del CIS posteriores ratifican y aún engordan. En los pasillos, políticos y periodistas hablan de sus cosas, de sus componendas y confidencias, mientras miran de soslayo cómo los bárbaros hacen del Congreso sus caballerizas.

 

De entre los que ahora tartamudean temerosos, no son pocos los que en su día buscaron acomodo para Podemos en las tertulias, explicándonos condescendientes las virtudes del pluralismo democrático al hilo de la emergencia de una extrema izquierda como la que asomaba el 15-M.

Y es que no es un secreto para nadie que si la nave de Podemos ha venido navegando a buen ritmo, es porque desde Génova y sus terminales mediáticas se ha insuflado un auténtico vendaval en sus velas. Sí, lo hicieron el gobierno y sus amigos porque, desprovisto su líder de cualquier carisma, incumpliendo flagrantemente las principales promesas electorales que le auparon a la Moncloa y traicionando a su base social –huérfana de alternativas-, creyeron que, en la tesitura de elegir entre la rutinaria mediocridad del gallego y la peste bolivariana, la grey se inclinaría sin vacilación por el registrador de la propiedad.

Desde hace treinta y cinco años, la corrupta clase política ha tomado por mercadería la integridad y la libertad de España

Puede que no les pareciera tan arriesgada la apuesta, porque en España llevamos muchos años jugando con las cosas sagradas, que no siempre son las del comer -aunque otra cosa crea el PP, persuadido de que lo que de verdad importa siempre sucede entre el estómago y las ingles-; desde hace treinta y cinco años, la corrupta clase política ha tomado por mercadería la integridad y la libertad de España.

Pero el show debe continuar. El teatro está dispuesto para seguir representando la función. Si de lo que se trata es de que sobreviva la coyunda político-financiero-mediática, que nadie tema: sobrevivirá, con los oportunos retoques, pero sobrevivirá.

Mientras el sistema hace aguas, Podemos flota. La eurocasta no parece alarmada, como que el lugar que ocupan los de Iglesias está en buenas manos: mil veces antes Syriza que el Frente Nacional. Mientras la prensa continental brama infatigable contra el peligro de Marine Le Pen, Tsipras – a quien, con notable injusticia, se tomó prestado el nombre para bautizar a Iglesias como su trasunto español- ha decretado un brutal recorte de pensiones y una pronunciada subida del IVA, al tiempo que el paro se dispara en Grecia por encima de las 600 personas diarias. Tres huelgas generales le contemplan, tres. Así los quieren en la Troika.

Pero ni esto, ni su financiación, ni su ideología, han mermado un ápice la proyección de Podemos. Ni siquiera su complicidad con quienes tienen por propósito expreso el desguace de la nación, como el testaferro etarra Bildu ¿Alguien duda del sincero apasionamiento de Iglesias por la mística de quienes quieren destruir España –ese país cuyo nombre se resiste a pronunciar- e implantar una Albania entre Cantabria y Huesca?

El riesgo de destrucción de la nación es real. Hoy, en España, donde no existe un nacionalismo propio se adopta el del vecino

La balcanización de España es un hecho. El riesgo de destrucción de la nación es real. Hoy, en España, donde no existe un nacionalismo propio se adopta el del vecino, como ocurre en Valencia, Baleares y Navarra. El sistema del 78 ha hecho verdad aquella triste máxima de Antonio Cánovas del Castillo: son españoles quienes no pueden ser otra cosa.

Nadie espere que ninguna fuerza del régimen ponga coto a este estado de cosas. Y mucho menos que nadie, la que ocupa la derecha en el reparto de papeles de este guiñol que amenaza ruina, creída en que a los desafíos rotundos en los que nos jugamos el ser nacional conviene oponer las soluciones más tibias.

Sin embargo, son legión quienes consideran que el problema es la extrema izquierda y que, eliminada esta, el mal cesaría como por ensalmo, razón por la que algunos corren a echarse en brazos del centro-reformismo, reproduciendo exactamente el comportamiento previsto por los gurús genoveses.

Porque lo que hay que evitar es que vengan los rojos, nos dicen, como si se tratase de un erupción casual que nos acomete de cuando en cuando: claro, quién sabe, igual nos traen el aborto, el matrimonio homosexual, el separatismo y hasta quizá suelten a algún terrorista pretextando una enfermedad terminal.

Cualquier cosa antes que eso.