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Lo sucedido esta semana en Francia, principalmente por su alarma social, no es nuevo ni debe extrañarnos o cogernos por sorpresa. Y no por lo que se apresuran a decir todos los prebostes de los medios a la luz que ofrecen las hemerotecas. No, no es porque ya tuviésemos atentados islámicos antes en Europa, en España concretamente, en Inglaterra, en Alemania, en Francia... no. Es porque Europa no ha hecho nada para contener la amenaza islamista salvo juegos de distracción para no reconocer que las políticas multiculturalistas eran un engendro de débiles mentales para no poner tope a la invasión coránica.



Sólo un estado en el mundo, sólo uno, ha librado sus conflictos de los últimos cuarenta años contra los enemigos de la Civilización Occidental. Sólo uno: Rusia.
 
Rusia, criticada por su papel en Afganistán contra los talibanes armados por EEUU, criticada en Chechenia, en Ingusetia, y, más recientemente, en Siria, ha sido la única nación de la tierra que ha tenido claro que la convivencia con el islam es incompatible con el modus vivendi de la cristiandad, sea esta católica, ortodoxa o protestante. Rusia ha entendido que las guerras contra los grupos islamistas no son un problema político que se pueda arreglar con unos cuantos controles más en las aduanas o una mayor presencia policial en las principales oficinas administrativas del Estado. No, el problema es religioso.
 
Nada podría hacer el Islam en Europa si Europa no hubiese dejado de ser la luz del mundo para convertirse en la puta del liberalismo filosófico y del capitalismo económico. Nada.
Lo sucedido en Francia nos pone a todos muy nerviosos pero es la consecuencia lógica de sus políticas sociales: laicismo, inmigración y multiculturalismo. El laicismo que quitaba los crucifijos de las escuelas y no pasaba nada; que encumbraba a los altares de la libertad de expresión a tipos que lo mismo cargaban tintas contra Alá una vez al mes que contra Jesucristo y la Santísima Trinidad una vez por semana y no pasaba nada; inmigración masiva que convertía barrios enteros en guetos musulmanes y multiculturalismo que exigía derechos para quienes no tenían obligaciones por encima de los derechos de los que obligatoriamente cargaban con el sostenimiento del Estado. El laicismo es la llave que abrió las Termópilas y facilitó la invasión. Y los pobres ciudadanos europeos, contentos y pagados con sus recién estrenadas democracias liberales, aceptaron que en las sociedades libres más ofende la cruz que el burka o la sharia. Esa sociedad europea, débil y debilitada por sus políticos, es como la rana en la fábula de Esopo y no llega a entender cómo, al cruzar al alacrán a la otra orilla, éste le arrea un picotazo sólo porque está en su naturaleza.
 
Los teóricos de la geopolítica hablan de guerra asimétrica y saben que ni el país más fuerte del planeta, militarmente hablando, puede hacer nada contra los lobos solitarios y que la determinación de estos sorteará controles, vigilancias y escoltas y morderá de nuevo, antes o después. En esta guerra de religión a Europa sólo le cabe el ejemplo de las mujeres kurdas y para librarla no sirve de nada mandar efectivos del Ejército fuera de casa. Esta guerra se libra aquí, en nuestro suelo, y sus efectos colaterales los tendremos que pagar nosotros. Son nuestros hijos los que morirán, no los de Siria, Irak o Nigeria.

 

Y es una guerra que se puede ganar porque ya se ha ganado antes. Bastaría, entre otras cosas, con retornar los crucifijos a las aulas; con censurar a los dibujantes que hacen mofa de sentimientos religiosos, profundos y arraigados en el corazón del hombre desde que vio su existencia como especie, amparándose en otros fabricados por constituciones y consensos como el de libertad de expresión y que, en realidad, es impunidad para el insulto, la injuria y la calumnia; bastaría con que en Europa sus Estados se blindasen ante una inmigración masiva islámica y borrasen de sus mapas el 90% de las mezquitas y oratorios; bastaría con reconocer que el caso de Kosovo fue el preludio de lo que habría de llegar, que nuestras bombas cayeron allí sobre nosotros y mataron europeos para franquear el paso al islam.
 
Eso, o dejar que nos invadan de una vez por todas.
 
 

Juan Manuel Pozuelo