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Naturaleza y origen social de las Cajas de Ahorros: instituciones financieras sin ánimo de lucro.

 

En esencia, una Caja de Ahorro es una institución de carácter benéfico, que tiene por objeto proveer servicios de crédito y ahorro a los agentes económicos en unas condiciones más ventajosas de las que puede ofrecer el mercado. Articulándose su obra en tres planos diferentes: oferta de crédito en condiciones menos onerosas para los clientes del mercado financiero (especialmente destinado a los sectores menos favorecidos de la población), aplicación del beneficio mercantil de la caja a obras de carácter social y filantrópico, y, por último, financia o ayuda a financiar proyectos de cierta complejidad que sin su concurso no se abordarían por falta de confianza del mercado o por su elevado coste y dificultad de amortización. Por tanto, su presencia en el mercado financiero es, o por desgracia era, capital; sobre todo, por impedir los tipos de interés usurarios a los que propende la banca privada.   

 

Los orígenes remotos de las Cajas de Ahorro se retrotraen a los Montes de Piedad, o Montepíos, creados en la Italia medieval por la Orden Franciscana. Su función era prestar grano y otros productos primarios a agricultores, pequeños propietarios y rentistas de tierras para, en general, poder alimentarse hasta que se obtuviera la nueva cosecha o para pagar algún contingente de semillas. Se devolvía el principal del préstamo o mutum con un pequeño interés también en especie, ya que estaba condenada por imposición eclesiástica la usura como contemplan las obras de los teólogos de la Escuela de Salamanca.

El origen más cercano de las Cajas es el primer Monte de Piedad moderno fundado en Madrid en 1702, en plena Guerra de Sucesión, por el padre Francisco Piquer, capellán de cuerda y órgano del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. A diferencia de los montes de piedad medievales, el concepto novedoso introducido por el padre Piquer fue la posibilidad de empeñar y/o depositar joyas y otros  objetos de valor. Además, el Monte se hacía cargo, entre otras obras sociales y de caridad, de sufragar los gastos de los enterramientos de las personas sin recursos. El éxito de la nueva institución fue notable y se fundaron montes de piedad en muchas ciudades españolas, dando el salto más allá de los Pirineos. Con el tiempo sirvió de inspiración a ciertas instituciones de ahorro que desembocaron en la primera Caja de Ahorros, como tal, que se fundó en Hamburgo en 1778 (Sparkasse). Luego se fundaron otras similares en Inglaterra (Saving Banks) y Francia (Caisse d`Epargne).  

En España, la primera Caja de Ahorros, propiamente dicha, se fundó en Jerez de la Frontera en 1834, con el nombre de Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Jerez, con el impulso y respaldo del singular conde de Villacreces (más tarde, fue refundada con titularidad municipal, en 1850). En 1838, se fundó en Madrid la primera Caja, al amparo de la nueva legislación, con respaldo público.  

Desde entonces hasta la llegada del régimen de 1978, la vida y desarrollo de las Cajas sufrió algunos vaivenes, pero es de justicia reconocer que ninguno de los sistemas políticos que se sucedieron desde entonces, había atacado estas instituciones financieras de capital importancia. Cabe destacar el decidido apoyo que tuvieron con el régimen nacido del Alzamiento Nacional del 18 de julio; en especial, con las medidas adoptadas en 1947 por el ministro de Trabajo, el falangista José Antonio Girón, que supusieron un espaldarazo y una consolidación de estas instituciones.   

      

 

El asalto a las Cajas perpetrado por los neoliberales del régimen de 1978.

 

Todo el panorama cambió radicalmente a partir de la implantación del nuevo régimen nacido con la constitución de 1978. Durante el régimen anterior, como hemos indicado, fueron protegidas y amparadas por las distintas evoluciones legislativas, la última de 1972, permitió la entrada de los representantes de los Sindicatos Verticales en los Consejos de Administración de las Cajas y sometía a todos sus miembros al mismo régimen de incompatibilidades que los altos cargos y miembros de la Banca. Eran otros tiempos y, sobre todo, otros sindicatos.   

En 1977, con la UCD en el gobierno, y el profesor Fuentes Quintana al frente del ministerio de Economía, comienza el principio del fin de las Cajas de Ahorros, tal y como se habían concebido. La vieja aspiración de los liberales de acabar con cualquier institución benéfica o social, se comenzaba a materializar, con la excusa de la crisis, con el Real Decreto-Ley 2290/1977, que equiparaba en bastantes aspectos las Cajas a los Bancos privados. Pero lo peor, estaba por llegar. Con el ascenso al poder del PSOE en 1982, la cleptocracia de los partidos de la democracia liberal y los sindicatos afines a ellos, no tardó en asaltar las Cajas de Ahorros, apoderarse de ellas, convertirlas en bancos particulares, objeto de su feroz rapiña, y llevarlas a la ruina.

 

La conjura de los boyerdos

 

En diciembre de 1982, Felipe González, el nuevo presidente del Gobierno, nombra a Miguel Boyer Salvador, ministro de Economía, Hacienda y Comercio, con plenos poderes en toda la materia económica. Miguel Boyer, recientemente desaparecido, era un socialista liberal un tanto singular. Hijo de un reconocido masón, su padre, José Boyer Ruiz-Beneyán, era militante de Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña; su abuelo materno, Amós Salvador, también fue masón. El nuevo ministro era un simpatizante confeso de las ideas neoliberales que Thatcher estaba imponiendo a sangre y fuego en Gran Bretaña. Tanto Boyer como Thatcher, eran rendidos admiradores del economista Milton Friedman y del presunto filósofo, más bien impostor, Karl Popper, ambos reconocidos sionistas. La puesta en marcha de las políticas preconizadas por ambos y seguidas con irracional entusiasmo por la mayoría de los gobiernos occidentales, han llevado al colapso financiero y la ruina económica y social a todos los países que las pusieron en marcha.

Boyer, en concreto, puso en marcha medidas (sin entrar a valorar la controvertida expropiación de Rumasa) que acabarían por desembocar en la denominada burbuja inmobiliaria. Con la Ley 2/1985, de 30 de abril, Sobre Medidas de Política Económica, conocida como Ley Boyer, que en la práctica supuso una fortísima subida de los alquileres urbanos con la que se expulsó a los inquilinos hacia la propiedad de vivienda y, en última instancia, hacia el endeudamiento masivo.

El mencionado Boyer había coincidido en el Servicio de Estudios del Banco de España con Pedro Schwartz, Mariano Rubio, Ángel Rojo, Carlos Solchaga, entre otros. Muchos de los cuales acabarían integrando el mundo de la Beautiful People del felipismo de los años ochenta.

Boyer apoyó también, y sin reservas, el desmantelamiento de la Industria española perpetrado por otro de los boyerdos, su colega en la cartera de Industria, Carlos Solchaga, denominada eufemísticamente reconversión industrial. A pesar de que ambos habían trabajado para el INI. La destrucción del tejido industrial español la estamos pagando, en la crisis actual, con un coste social exorbitante.

Pero, su peor hazaña, la dejó para la etapa final de su ministerio: la Ley 31/85, de 2 de agosto, de Regulación de las Normas Básicas de los Órganos Rectores de las Cajas de Ahorros (LORCA), aunque técnicamente firmada por Carlos Solchaga, fue en realidad el testamento político de Miguel Boyer, que había dejado la cartera apenas un mes antes de su aparición en el BOE. Mediante la “ley democratización de las Cajas de Ahorros” (de nuevo el lenguaje orweliano y eufemístico típico del socialismo neoliberal) se daba entrada en estas entidades financieras semipúblicas a representantes de los partidos políticos, sindicatos y patronal.  

Lo que ha venido después es historia, o mejor dicho, una pesadilla. Las Cajas, en manos de la cleptocracia de partidos y sindicatos, han sido arruinadas, desmanteladas, convertidas en bancos ruinosos. En definitiva, arrojadas, trescientos años después, al vertedero de la historia por obra y gracia de los masones liberales y masones socialistas que nos empujan hacia el abismo.     

 

Javier Sanmateo Isaac Peral